Roberto Parodi

El salario cae (en algunos gremios más que en otros, fruto de la fragmentación), la desocupación crece al ritmo de los cierres de empresas, la AUH y las jubilaciones se licuan con la inflación, aumenta la pobreza, la indigencia, las tarifas, los alimentos. Aumenta todo lo que sea producto del trabajo humano. La perspectiva, incluso, es que el salario siga cayendo y que mucho más lo hagan las jubilaciones, la ayuda a los sectores pauperizados, los beneficios sociales como la salud o la asistencia a discapacitados, y todo lo que implique gasto social.

Cualquier índice muestra que el impacto del ajuste capitalista ha sido durísimo.

Al decir del Ministro de Hacienda Dujovne, «Nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el Gobierno». Casi un recordatorio de lo erradas de las previsiones sobre la retirada anticipada del presidente Macri.

Para  poder comprender que fuerzas deben enfrentar los trabajadores, es necesario caracterizar la crisis y el ajuste.

Las crisis en el capitalismo

El capitalismo tiene ciclos de expansión y/o desarrollo, y de recesión y crisis, que se rigen por la tasa de ganancia que se espera obtener[1].

En el momento típico y normal de expansión una parte del plusvalor se transforma en capacidad productiva adicional, aumentando la producción y el empleo. Pero esta fase expansiva lleva a una caída de la rentabilidad: por un lado, en el ámbito productivo, el reemplazo de fuerza de trabajo por medios de producción socava la fuente de valorización (el trabajo humano), y por otro lado, en la esfera de la circulación, la competencia lleva a guerras de precios que los empujan hacia abajo (siempre hay peligro de acumular excesivos stocks), reduciendo la ganancia.

Esto genera desajustes que en ciertos momentos se vuelven críticos y se interrumpe el círculo virtuoso de retroalimentación de la acumulación al caer los beneficios. Se frena la inversión y desemboca en la crisis. Y con ella se produce la caída del consumo, la inversión y el empleo.

La crisis es el momento “depurativo”,  fruto del movimiento objetivo de la economía, que han generado la acción de una cantidad innumerable de capitales que luchan en forma individual por crecer y sobrevivir. Este movimiento ciego, sin más orientación precisa que la de acumular lleva a un momento de depuración[2].

La vuelta al momento de expansión tiene que ver con la recuperación de la tasa de ganancia sobre el capital invertido, que generalmente está asociada al aumento de la tasa de explotación[3] y a la desvalorización de capitales que suele ofrecer medios de producción a precios de saldo a los inversores.

Si bien cada recesión merece un estudio de otras variables (costos energéticos, tipos de cambio, precios de las materias primas, etc.) que perturban de determinada manera en cada momento y lugar, señalemos que esto que describimos está en la base de toda la tendencia al movimiento cíclico de la acumulación.

Las crisis estructurales, y el régimen de acumulación actual

Las crisis son un mecanismo de “depuración” de la acumulación. Aumenta la población sobrante que acecha los puestos de trabajos de la población ocupada haciendo que éstos acepten condiciones de explotación “más acordes” a la situación, en tanto que la retracción del consumo liquida los capitales menos competitivos. Es un mecanismo de auto-regulación de la acumulación que somete a incontables padecimientos a los trabajadores.

Las crisis, además, en ciertos momentos plantean la necesidad de reestructurar todo el régimen de acumulación. Obligan a transformaciones profundas en la economía, la sociedad, las leyes, las instituciones, el rol del Estado, la inserción mundial, etc.

Para entender el período actual nos conviene ir hasta la década del 70 del siglo pasado, en donde entra en una crisis final el tipo de acumulación que había surgido en los principales países capitalistas y que se caracterizaba por el reformismo keynesiano, el fuerte intervencionismo estatal, la ampliación del sector público de empresas, el aumento de la productividad por una intensa mecanización del proceso de trabajo, y  un fuerte compromiso de las economías centrales (y de varios países dependientes) que reconoce las demandas de los trabajadores, para que estos renuncien a aspiraciones socialistas (Nieto Ferrández, 2015; p. 299 y ss.).

Agotado este régimen de acumulación, se inicia otro caracterizado por la desregulación financiera, la movilidad de los capitales, la precarización laboral, las privatizaciones, etc. Fundamentalmente, se da fin al compromiso entre capital y trabajo de la etapa anterior, que lleva a un sensible aumento de la desigualdad social. La recesión de principios del siglo XXI profundizará estos rasgos que apuntarán a flexibilizar contratos laborales, a privatizar o liquidar servicios públicos no mercantilizados y una redistribución del ingreso a favor de la valorización del capital, desvalorizando la fuerza de trabajo (Nieto Ferrández, 2015; Ib.).

Argentina. El régimen de acumulación actual

Para aproximarnos a una caracterización del régimen de acumulación actual en Argentina tomamos la exposición que hizo Alberto Bonnet en una publicación reciente[4]. En ese texto Bonnet dice que:

“Las características que reviste el modo de acumulación en la Argentina actual son resultado de un prolongado y convulsionado proceso de reestructuración que se inició tras la crisis del capitalismo de posguerra de mediados de los setenta.” (p. 14).

Esta reestructuración tenía como columna vertebral el ataque a las condiciones de vida de la clase obrera, por lo que la primera tarea era quebrar la organización y la conciencia que ligaba a los trabajadores con sus conquistas desde el primer peronismo. La dictadura militar de 1976 aplasta el ascenso de las luchas iniciado en los ´60 e inicia la tarea de la reestructuración. Pero queda a mitad de camino y llega al final rodeada por la crisis económica de 1981/2 y el fracaso de la guerra de Malvinas. El gobierno de Alfonsín tuvo intentos tardíos que no lograron grandes transformaciones.

La crisis de la hiperinflación de 1989/90, modificó la relación de fuerzas a favor de la gran burguesía local y brindó las condiciones para retomar la reestructuración del capitalismo argentino. Sobre todo a partir de 1991 con la convertibilidad.

“La peculiaridad del menemismo radicó en que logró combinar con suficiente éxito una profundización sin precedentes de esa reestructuración del modo de acumulación (desregulación interna, apertura externa, racionalización del aparato productivo) y del modo de dominación (reforma integral del estado) con la articulación de una inédita hegemonía política neoconservadora que permitió que esa reestructuración se desarrollara en un marco de vigencia del régimen democrático y de suficiente estabilidad política.” (Bonnet, 2018; p. 15).

El ascenso de las luchas de mediados de los ´90 y su momento más álgido en el 2001, cuestionaron la hegemonía construida durante el menemismo, pero no pudieron cambiar el rumbo y revertir las transformaciones que se produjeron en el capitalismo argentino.

Bonnet marca dos características principales del modo de acumulación actual: 1) una integración mayor al mercado mundial, con preeminencia de los capitales de alta composición orgánica, competitivos y volcados a la producción de commodities industriales exportables[5], a la explotación de grandes superficies de tierras (agronegocios), al petróleo, a la minería, a la gran construcción, a las finanzas, a la actividad bancaria, a la comercialización interna a gran escala y al comercio exterior[6]. Estos sectores aportan un tercio del PBI. La mitad son de capitales extranjeros y suelen tener intereses entrelazados. Producen según estándares internacionales, participan de procesos de producción descentrados y varios tienen inversiones en países extranjeros. 2) Estas empresas preeminentes tienen una inserción privilegiada en el mercado mundial[7]. Estos capitales son, además, el segmento más competitivo de la economía, capaces de recibir financiamiento externo e inversiones, lo que es imprescindible para obtener las divisas necesarias para el intercambio con el resto del mundo. Y aquí está el nudo de la segunda característica del nuevo modo de acumulación: la dualidad de la estructura económica argentina.

Así mientras se consolidan unos capitales por los mecanismos del mercado mundial, otros quedan relegados y subordinados al sector más competitivo. Algunos intentan ligarse de alguna manera al sector más dinámico de la economía, mayormente como proveedores de bienes y servicios.

“Pero, en cualquier caso, sectores enteros de la actividad económica, las producciones agropecuarias regionales en su mayoría, las industrias textil, de indumentaria y calzado, de muebles y de aparatos eléctricos, el pequeño comercio minorista, las entidades financieras de origen doméstico, caen fuera de ese estrato competitivo.” (Bonnet, 2018, p. 23).

De forma directa o indirecta los capitales menos competitivos quedan atados a la suerte del sector más competitivo de la economía.

Este carácter dual de la estructura económica implica también una fragmentación del mercado de trabajo, y de la estructura social toda.

Para Bonnet éste modo de acumulación se corresponde a una forma de dominación caracterizada por la restricción de la actividad política a

 “… los procedimientos de selección de personal de estado constitucionalmente consagrados, dejando el resto de la actividad social en manos de los mecanismos de mercado.” (Bonnet, 2018, p. 24)

Un Estado que garantice la preponderancia de la gran burguesía, de la que depende toda la reproducción de la sociedad, sin atarse a compromisos sociales, capaz de hacer valer los mecanismos disciplinarios de mercado, minimizando su rol asistencial y/o represivo.

Esta forma de dominación fue exitosa al promediar el gobierno menemista, en gran medida porque fue acompañada de la estabilidad monetaria que trabajosamente puso fin a la hiperinflación. Las dificultades de la acumulación en la segunda mitad de los ´90 y las luchas sociales que se dieron (donde tomaron fuerza los movimientos de desocupados) culminaron en las jornadas de diciembre de 2001. Se mostraban así los límites, tanto de un tipo de cambio fijo, como del tipo de dominación política que posibilitaba.

La dualidad de la estructura económica, dejaba afuera a miles de trabajadores ligados a áreas que perdían centralidad o que eran despedidos de los empleos estatales. La centralidad en las luchas del período pasó a

“… los sectores desocupados, precarizados u ocupados en empleos-refugio estatales, junto con las porciones más empobrecidas de la denominada “clase media”, con sus demandas predominantemente vinculadas con la conservación de sus empleos o con la obtención de subsidios de desempleo, con sus nuevos modos más comunitarios de organización, como las asambleas populares, y de lucha, como los cortes de ruta y las puebladas.” (Bonnet, 2018, pp. 24 y 25).

Los gobiernos K

La reorganización de un orden burgués necesitó entonces asumir las demandas que emergieron con el estallido de la convertibilidad. El kirchnerismo, sin desandar la reestructuración económica debió darle un rol más activo al Estado en los conflictos de clases y fracciones de clases: redistribución de plusvalía con fondos de las retenciones agrarias, organización de negociaciones paritarias, subsidios a desocupados, AUH, etc.

Según Bonnet, el kirchnerismo al iniciar su gestión se encuentra con “condiciones internas” (los salarios deprimidos que dejó la devaluación de la breve gestión presidencial de Duhalde) y “condiciones externas” favorables (el crecimiento de la demanda de commodities y el aumento de sus precios internacionales). En 2008 el crecimiento empieza a desacelerarse con la caída de los precios de la commodities y la crisis financiera internacional. Desde 2011 la economía no despega.

Estos momentos de crecimiento y recesión son importantes para entender la deriva del arbitraje kirchnerista: mientras hubo caja parecía funcionar eso de

“… «modelo económico de crecimiento con inclusión social», la «inclusión» de los marginados por la propia dinámica del modo de acumulación vigente dependía del «crecimiento», es decir, de la capacidad de ese modo de acumulación de generar excedentes que el estado pudiera captar y reasignar entre esos marginados.” (Bonnet, 2018; p. 30).

Pero duró lo que duró, y en tanto no se llevaron adelante grandes transformaciones desde los ´90, se empezaron a hacer patentes la pérdida de competitividad internacional, los problemas de déficit fiscal[8], inflación, caída salarial, devaluación, falta de divisas, fuga de capitales, etc. que ponían en la agenda del régimen un ajuste que quedó en manos del gobierno de Macri.

Argentina. Algunos elementos de la coyuntura

La recesión que afecta a la Argentina tiene algunas características particulares que parten de una debilidad crónica de la inversión. Si bien el crecimiento del PBI se recupera -para 2010- de los efectos  de la crisis de 2008 en los países centrales, desde 2011 (momento de caída de los precios de las materias primas) la economía queda estancada: entre 2011 y 2017 el PBI por habitante cayó un 3,5%. Las exportaciones en 2017 se mantienen más bajas que en 2011, la balanza comercial de manufacturas de origen industrial es cada vez más deficitaria desde ese mismo año, y lo mismo pasa con la cuenta corriente.[9]

«… la salida capitalista de la crisis pasa, inevitablemente, por la caída del salario, acompañada del disciplinamiento del trabajo (pérdida de derechos sindicales, condiciones laborales, intensificación de ritmos de producción, y similares) y desvalorizaciones masivas de capitales.» (Astarita, 2018).

Es importante entender que si medidas tales como la devaluación de agosto, la pérdida de poder de compra del salario, o el recorte del gasto fiscal no alcanzan para recomponer la competitividad y, por tanto, la tasa de ganancia, las tensiones se agudizarán y no cambiará el curso de la orientación económica al ajuste. Por el contrario la tendencia será a la profundización.

Capital y trabajo. No hay intereses en común

Tengamos en cuenta las explicaciones de la crisis actual en boga.

La crisis no se origina porque se “robaron todo”: en realidad el capitalismo tiene como característica la apropiación en pocas manos de la riqueza que produce el conjunto de la sociedad. A veces esa apropiación puede ser ilegal, pero no cambia el curso general a la concentración en pocas manos de la riqueza, al contrario. La apropiación (legal o ilegal, lo mismo da) no produce, en sí misma, la crisis.

La crisis no se origina porque el capital financiero internacional nos saquea: en realidad los capitales productivos nacionales y extranjeros, colocan capital dinerario en deuda argentina, en Lebacs, en el exterior, o en cualquier inversión de cartera que le asegure al capital las ganancias que no encuentran en el ámbito productivo, y que le permiten ingresar y salir sin mayores problemas. No hay comunidad de intereses entre trabajadores y empresarios “explotados” por el capital financiero.

La crisis no se origina porque se reduzca la demanda. Se reduce la demanda porque hay crisis. El motor del crecimiento es la inversión, y esta se mueve a partir de las expectativas del monto de ganancias que se espera a partir de la inversión determinada.

Si el aumento del consumo sirviera como eficiente medida anti-cíclica, nos encontraríamos con una situación en que trabajadores y empresarios tendrían intereses comunes: al aumentar salarios, incrementaría la demanda y motivaría a invertir a los empresarios, con lo cual subiría el empleo, con ello los salarios y nuevamente el consumo. Pero no funciona así. Si el Estado tomara plusvalía, pongamos que con impuestos, y se facilitaran créditos para el consumo de empresas y trabajadores, a lo sumo, se alargaría la agonía. Ante la falta de un horizonte donde la tasa de ganancia aumente, los capitales aprovecharían para liquidar stocks, hacerse de dinero líquido y continuar atesorando dinero fuera del ámbito de la producción, porque las posibilidades de sostener la demanda asistida por el Estado no se respaldan en un auge económico. Nuevamente no hay intereses en común entre trabajadores y empresarios. El aumento del consumo será una consecuencia del repunte económico. Y este repunte será el resultado de una nueva tasa de ganancia, aumentada a costa de los trabajadores.

Gran parte de la solución a la crisis está en la baja del salario, de la condiciones de trabajo y todo lo que suelen llamar el “costo laboral”.

¿Necesariamente es así?

“… durante las fases de baja de los precios en el mercado y durante las fases de crisis y estancamiento, el obrero, si es que no se ve arrojado a la calle, puede estar seguro de ver rebajado su salario. Para que no le defrauden, el obrero debe forcejear con el capitalista, incluso en las fases de baja de los precios en el mercado, para establecer en qué medida se hace necesario rebajar los jornales.” (Marx, 1974, p. 131).

¿Por qué? Porque los ciclos de auge y recesión de la economía son movimientos objetivos, que no están a disposición de la voluntad de los capitalistas individuales, ni del Estado.

La idea de que la crisis económica, o el monto del salario lo define un gobierno es una idea reaccionaria que deja abierta la puerta para un nuevo engaño: si la culpa es de un gobierno, se soluciona cambiándolo. Por supuesto que la consigna de “gobierno obrero” abona esta idea.

Hay otras variantes que particularizan en fracciones de la burguesía (los monopolios, las finanzas, etc.), entes multinacionales (FMI), o naciones (el imperialismo yanqui), la culpa de las crisis. Esto suele generar experiencias frustradas con lo que se esperaba que fueran “buenos gobiernos”: la socialdemocracia europea, el laborismo inglés, el peronismo, el PT brasilero, los populismos latinoamericanos, etc. Experiencias que preparan nuevas derrotas que solemos explicar por traiciones o inconsecuencias de esas conducciones políticas.

Es necesario volver a explicaciones que partan de entender que el capitalismo tiene ciclos de expansión, y de recesión y crisis. Que se sale de la crisis aumentando la explotación (que puede significar o no, salarios de subsistencia), que la expansión prepara nuevas crisis. Que en la recuperación los salarios suben por aumento de la demanda de fuerza de trabajo, y que en la recesión, los salarios caen. Y decirlo con todas las letras: la lucha que debemos dar no puede detener la caída del salario. Lo que hacemos es disputar cuánto cae. Hay que volver a decir que estamos sometidos a ese ciclo, porque es un movimiento objetivo de la acumulación y no de la mala voluntad de gente muy poderosa. Porque si se piensa que hay crisis porque hay un staff malintencionado en el gobierno, o porque se manejan los asuntos de Estado con impericia, gestionando mal, etc., inevitablemente se genera la idea de que cambiando de gobierno se terminan las crisis.

Terminar con las explicaciones subjetivas de las crisis, y mostrar a éstas tal cual son: un fenómeno objetivo, cíclico e inevitable mientras subsista el capitalismo.

 

 

 

Notas:

[1] En nuestro acercamiento a una explicación de las crisis tomamos como referencia a Nieto Ferrández (2015).

[2] A principios del gobierno de Macri, muchos intelectuales liberales que se jactaban del ajuste por venir, hablaban de la depuración como “desgrase”.

[3] Este aumento de la explotación significa que es mayor la proporción del trabajo no pagado por unidad de tiempo. Aclaremos que esto no implica necesariamente caída del salario, si aumenta en una proporción mayor la productividad de las ramas que producen bienes de la canasta que consume el trabajador.

[4] Bonnet (2018).

[5] “… industrias procesadoras de cereales y oleaginosas, alimenticias, automotrices, químicas-petroquímicas varias, siderúrgicas.” (Bonnet, 2018, p. 18).

[6] “Considerados en su conjunto, son un puñado de capitales altamente concentrados, transnacionalizados, mutuamente entrelazados e internacionalmente competitivos.” (Bonnet, 2018, p. 19).

[7] “… las 50 empresas que encabezan este grupo vienen explicando entre el 60 y el 70% de las exportaciones totales del país.” (Bonnet, 2018, p.22).

[8] “Recuérdense en este sentido, por ejemplo, los avatares del sistema de empresas públicas privatizadas y concesionadas durante los noventa. La imposibilidad de conservar el cuadro de precios y tarifas dolarizados una vez caída la convertibilidad condujo a una serie de soluciones de compromiso que desembocaron en la crisis de dicho sistema: congelamiento de precios y tarifas, desinversión, quiebra o abandono de las empresas por sus titulares, colapso de sectores enteros, como los del transporte ferroviario de pasajeros y los hidrocarburos, múltiples re-estatizaciones forzadas de empresas y una vorágine de subsidios crecientes que acabaría convirtiéndose en primer motor de un déficit fiscal en continuo ascenso.” (Bonnet, 2018, p. 28).

[9] Todas las cifras son de Astarita (2018).

Referencias:

  • Astarita, Rolando (2018); https://rolandoastarita.blog/2018/06/14/argentina-una-crisis-estructural/
  • Bonnet, Alberto (2018); “Notas sobre la relación entre economía y política en la Argentina reciente”, en Mariana Giaretto (compiladora); Luchas territoriales y Estado. Criminalización resistencia en el sur, Publifadecs, General Roca.
  • Marx, Karl (1974); Salario, precio y ganancia, Polémica, Buenos Aires.
  • Nieto Ferrández, Maxi (2015); Cómo funciona la economía capitalista. Una introducción a la teoría del valor-trabajo de Marx, Escolar y Mayo Editores S.L., Madrid.

4 comentarios sobre “Sangre, sudor y lágrimas. Crisis y ajuste: una caracterización

  1. porque se habla de menemismo y no de peronismo?tienen miedo de ofender a los trabajadores peronistas?caracterizar bien la situación también es dejar de decir menemismo y llamarlo por lo que es PERONISMO.

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    1. Me tomo el atrevimiento de responder. Porque el menemismo fue una coyuntura económico política contraria a la “costumbre” política peronista. Tal vez a tu gusto debería decir Justicialismo. Saludos

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    2. Hola Liza.
      No hice ese cálculo. Más bien trataba de hacer referencia a un período. Pero sí, claro que fue tarea del peronismo, que ya hace rato dejó de ser el emblema del estado benefactor y de la ISI, para ser un buen gestor del modo de acumulación neoliberal.
      La próxima estaré atento a tu indicación.

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