Dossier presentado y preparado por Rossoinero
Imagen: Combate naval, pintura de Fermín Eguía

Se cumplen hoy 40 años del desembarco de tropas argentinas en Malvinas/Falklands. Frente a la narrativa nacionalista (es decir: burguesa) de entonces y ahora nos proponemos publicar materiales de oposición a la guerra que enfrentó militarmente a los Estados de Argentina y Gran Bretaña que reúnen esta peculiaridad: no se trata de textos producidos en la posguerra. En efecto, publicaremos textos de oposición a la guerra publicados durante el desarrollo del conflicto bélico. Todos los materiales que publicaremos abrevan de la lucha anticapitalista, comunista en muchos casos.

Si bien quien esto presenta es responsable del dossier (selección y edición de textos, etc.), es menester resaltar que lo publicado será fruto del trabajo de un conjunto de camaradas, a saber: integrantes de EMANCIPACIÓN y allegadxs que traducirán materiales aún inéditos en castellano. En efecto, a lo largo de sucesivas entregas, publicaremos traducciones de textos originalmente escritos en inglés e italiano. Estas voces críticas producidas en otras regiones del mundo se sumarán a otras autóctonas, producidas en Argentina: todas —remarcamos— publicadas durante la llamada “guerra de Malvinas”.

Desde ya, este dossier no pretende ser un reservorio exhaustivo de todas las voces de oposición a la guerra. El recorte es deliberado, sobre todo porque no nos dedicamos profesionalmente a la historia: somos activistas comunistas que nos autoexpropiamos tiempo libre para producir (escribir, traducir, etc.) en pos de la emancipación humana. Incluso haber llegado a compilar —previa selección— los materiales fue un arduo trabajo, llevado con extrema paciencia.

En esta primera entrega publicamos fragmentos de un trabajo prologado en “julio – agosto de 1982”. Los fragmentos que enseguida leeremos fueron escritos en México por dos argentinos que “han participado activamente en la lucha revolucionaria desde la década del sesenta, vinculándose a la experiencia de la Izquierda Socialista”; textos que proceden de un libro que “se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 1982” en la ciudad de México. Sí, empezamos haciendo trampa: líneas arriba leímos que todo lo que publicaremos fue publicado durante la guerra. De todos modos, en dicho prólogo se lee que pasaron “más de dos meses” desde “la redacción de sus tesis fundamentales”: así, pues, una parte del trabajo fue redactada durante el conflicto bélico. En resumen: publicamos este material porque fue escrito, editado y publicado al calor de los contemporáneos sucesos bélicos acontecidos en el frío Atlántico Sur. Desde una perspectiva antibélica y emancipatoria, el trabajo se sitúa en las antípodas de la visión “antiimperialista” de la guerra presentada por distintas corrientes políticas de izquierda; aclara que Argentina no era en ese momento una “colonia” o “semicolonia” de los ingleses y en consecuencia se posiciona contra la guerra interestatal desde una perspectiva proletaria internacionalista, es decir: el enemigo principal a derrotar está en casa.

Rossoinero
Buenos Aires, 2/4/2022

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«Galtieri carnicero, usaste a los muchachos como carne de puchero»

Fragmentos de Conflicto malvinense y crisis nacional de Alejandro Dabat y Luis Lorenzano (México, Libros de Teoría y Política, 1982)
Selección, compilación, corrección de estilo y agregados/nota entre corchetes por Rossoinero


Síntesis global sobre la caracterización de Argentina como país y su problema nacional

[…]

a) El carácter del capitalismo argentino (a nivel interno)

Argentina es un país capitalista desde fines del siglo pasado, conforme una sucesión de fases de desarrollo en la que puede distinguirse la predominancia del capitalismo agrario (hasta 1933), la del capitalismo industrial no monopolista (hasta 1960), y la progresiva configuración de un capitalismo monopolista integrado (desde 1960 hasta la fecha). El desarrollo del capital monopolista como fenómeno general fue precedido en el país por el del capitalismo de Estado, que adquirió importancia fundamental desde la década del treinta. A partir del decenio de los años sesenta ambos factores tienden a conjugarse, lo que nos permite definir a la formación socio-económica argentina actual como en proceso de conversión en un Capitalismo Monopolista Estatal.

A diferencia de la mayoría de los países de América Latina, en la Argentina no existen resabios precapitalistas de importancia. Su agricultura es claramente capitalista —conjugándose en ella una economía tipo farmer en la producción de granos alimenticios y cultivos industriales—, con modernas “fábricas de carne” en las inmensas haciendas pampeanas —aunque en la ganadería cabe distinguir entre el sector más avanzado, especializado en la exportación, y el más atrasado orientado hacia el mercado interno—. En la esfera de la industria de transformación el predominio de la gran industria moderna es casi completo, y la producción artesanal se encuentra en franco proceso de extinción a partir de 1960 (fecha en que sus niveles de producción comenzaron a descender en términos absolutos).

A pesar de su amplio desarrollo mercantil y extensivo, el capitalismo argentino continúa siendo todavía una organización económica relativamente retrasada por tres factores fundamentales: a) su atraso técnico relativo, resultado de una estructura industrial extremadamente protegida y una producción agraria extensiva, basada esencialmente en el aprovechamiento de la fertilidad del suelo, y en la que (con excepción de la ganadería de exportación) existe una escasa inversión de capital; b) el nivel de centralización de capital relativamente débil, expresado fundamentalmente en el comercio y en menor proporción en la industria (gran peso de los pequeños y medianos capitales individuales de carácter familiar), lo cual en conjunción con las características de la producción agropecuaria determinó la existencia de un país en importante medida “pequeñoburgués”; y c) el retraso relativo en la constitución de un sistema financiero moderno, expresado particularmente en la debilidad del sistema bancario y su insuficiente articulación con la industria. El conjunto de estos rasgos coloca al capitalismo argentino detrás del nivel alcanzado por el brasileño y el mexicano, en una magnitud que es todavía difícil de apreciar (se impone el estudio serio de las consecuencias objetivas de la implementación del plan Martínez de Hoz).

El resultado de todo ello en la estructura de la sociedad civil argentina es que el conjunto de la burguesía es la clase dominante y que la fracción más poderosa de la misma ha pasado a ser la moderna burguesía monopolista-financiera (que articula el gran capital agrario, industrial y comercial) fusionada con el capital de Estado y la burocracia militar y civil. Lo expuesto implica dos conclusiones fundamentales que cuestionan decisivamente el análisis de la izquierda nacionalista y reformista tradicional, a saber: a) que la llamada “oligarquía terrateniente” no existe más como una fracción de clase totalmente delimitada (ya que los grandes ganaderos, cerealeros o productores de caña de azúcar o vid están asociados a la gran propiedad industrial y comercial) y que el único sector propiamente “agrario” (en cuanto separado de otras formas del capital) es el de los pequeños y medianos productores rurales; b) que la llamada “burguesía nacional” (sector “burocrático” productor de bienes de consumo y pequeña y mediana burguesía industrial) es una fracción de clase que se halla en franco proceso de descomposición ante el desarrollo del capitalismo monopolista y de Estado (desaparición, integración subordinada al moderno capital financiero, vinculación con los monopolios industriales de Estado como contratistas, etc.).

b) La ubicación del capitalismo argentino en la economía y la política mundiales

Es una cuestión unánimemente aceptada el reconocer la triple dependencia de la economía argentina con relación al mercado mundial capitalista (comercial, financiera o tecnológica, que expresan las tres formas de existencia del capital). Pero esta evidente consideración del capitalismo argentino como “dependiente” debe ser analizada en una nueva perspectiva que no se limite a considerar los aspectos pasivos de la misma (en cuanto “objeto” de “penetración” y “subordinación” con relación al capital financiero internacional), sino como una dependencia activa, que supone relaciones de interdependencia, asociación y contradicción, y no sólo de dependencia.

Argentina es un país importador neto de capital y mercancías (incluyendo tecnología) vitales para que pueda avanzar en su proceso de reproducción ampliada del capital e industrialización intensiva. Pero a partir de la década del sesenta (coincidiendo con el aumento de su dependencia financiera y tecnológica), el capitalismo argentino ha comenzado a desarrollar una industria de exportación y a fortalecer su papel como exportador de capitales a nivel regional. Finalmente, desde 1966, ha logrado recuperar parcialmente su rol de importante exportador de granos alimenticios y ha construido una poderosa máquina estatal-militar que ha tendido a rebasar su acción al interior de las fronteras nacionales y a proyectarse exteriormente en diferentes zonas de América Latina (el Cono Sur, Centroamérica y el Atlántico Sur). Estos fenómenos activos deben ser vistos como una unidad, que expresa un hecho nuevo: el desarrollo del capitalismo argentino en una perspectiva expansiva hacia el exterior, en la que los factores comerciales, financieros y militares constituyen una unidad substancial (los intereses “externos” del capitalismo argentino).

Este último factor permite caracterizar a la Argentina como una potencia capitalista regional emergente, en la que se conjugan su dependencia financiera, comercial y tecnológica con el desarrollo de una economía capitalista-monopolista, de rasgos imperialistas regionales. En este sentido, la “dependencia” del capitalismo argentino con relación al capital financiero internacional se ubica en un plano completamente diferente al de los países capitalistas pre-industriales y pre-monopolistas, y se asimila al nivel de desarrollo de otros países latinoamericanos como Brasil, México o Venezuela, o a casos históricos muy conocidos como fue la Rusia zarista antes de la revolución de 1917.

Lo expuesto tiene numerosas implicaciones políticas, entre ellas la apreciación del nacionalismo argentino. En la medida en que los intereses “nacionales” de cualquier país son inseparables con los de la clase dominante (por la misma razón que ellas son una parte inseparable de la nación burguesa), el nacionalismo argentino de hoy es básicamente distinto al del decenio de los años treinta y el de 1943-1945, cuando el Estado y la burguesía argentinos tenían tareas por realizar que no se contraponían a los intereses nacionales de otros países y pueblos como resulta hoy en numerosas cuestiones.

c) El carácter del Estado argentino

Del conjunto de la exposición histórica surge claramente el hecho de que la burguesía argentina ha contado siempre (desde 1810) con un Estado políticamente independiente, dotado de una configuración nacional ya en el mismo siglo XIX (proceso de unidad e integración política de 1852 a 1881) y que ha podido desarrollar un poderoso capitalismo de Estado —embrionario desde fines del siglo pasado—[i] definido desde el decenio de los años treinta y en pleno proceso de ampliación y profundización desde entonces.

Con antelación hemos dejado establecido con absoluta claridad que la dependencia económica no implica, por sí misma, dependencia política. Esto es confirmado nítidamente por el caso argentino, en el cual una integración muy grande al mercado mundial capitalista, junto a una fuerte afluencia de capital extranjero, no obstó a que la oligarquía argentina continuara controlando su Estado e implementando políticas “nacionales” (en el sentido de prácticas favorables al desarrollo de la valorización y reproducción del capital en el espacio económico de la nación). Fue así como la oligarquía argentina mantuvo un comercio diversificado (el 70% del cual no se hizo con Gran Bretaña), implantó tarifas aduaneras relativamente proteccionistas, nacionalizó ramas vitales de la producción como el petróleo, conservó invariablemente el control de la mayor parte del sistema bancario, se mantuvo neutral en la Primera Guerra Mundial y, cuando llegó el momento (crisis mundial que obstruyó decisivamente la continuidad del patrón de acumulación “primario-exportador”), supo adoptar decidida y también tempranamente un nuevo patrón de reproducción basado en la industrialización substitutiva y el desarrollo del capitalismo de Estado.

Desde mediados de la década del cuarenta el país soportó la ofensiva económica y diplomática del imperialismo norteamericano, y junto a la entrada de las grandes corporaciones en su sector industrial el país subscribió una serie de tratados internacionales que consolidaban el nuevo orden interamericano dirigido por los Estados Unidos (tratado de Río de Janeiro y establecimiento del TIAR [Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca], creación de la OEA [Organización de Estados Americanos], constitución de la Junta Interamericana de Defensa, etc.). Pero la firma de estos convenios no implicó la reducción de la Argentina a una situación semicolonial, como plantearon ciertos sectores de la izquierda argentina (especialmente el sector del trotskismo dirigido por Nahuel Moreno), conforme lo demuestran los hechos. La entrada en el sistema interamericano fue decidida por el gobierno de [Juan Domingo] Perón en 1947-1948, y sin embargo ese gobierno apoyó la revolución boliviana de 1952, respaldó a [Juan Jacobo] Árbenz cuando la invasión de Guatemala organizada por el imperialismo norteamericano en 1954 y trató de constituir una central sindical independiente con la CIOLS [Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres]. A pesar de la existencia de los tratados mencionados, y del apoyo diplomático al cerco contra Cuba (posición del gobierno argentino en la Conferencia de Punta del Este de 1961 y demás actos ubicados en esta línea), jamás ningún gobierno argentino aceptó el establecimiento de bases militares en su territorio. La actitud más favorable al imperialismo norteamericano en política externa (aval a la intervención en la República Dominicana en 1964) fue adoptada por el gobierno más “antiimperialista” (junto a los gobiernos peronistas) que tuvo Argentina: el del radical [Arturo] Illia. El gobierno más entreguista hacia las corporaciones transnacionales y el más propenso a la participación en el sistema de alianza militar del imperialismo norteamericano (único que estuvo a punto de otorgar una base militar) fue la Junta Militar surgida en 1976. Y también fue este gobierno el que convirtió a la URSS [Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas] en el principal socio comercial argentino y el que tomó en sus manos la “recuperación” militar de las Malvinas, enfrentándose al principal aliado mundial de los Estados Unidos y a éste mismo.

La izquierda nacionalista y marxista argentina confundió los innumerables actos de entrega del patrimonio nacional, de asociación de intereses con la burguesía imperialista y de servilismo diplomático ante el Estado y el ejército norteamericanos con dependencia política (“semicolonialidad”, “coloniaje”, gobiernos y fuerzas armadas “títeres”), lo que condujo a sus fuerzas más radicales y decididas a llamar a la lucha por la “Segunda Independencia” (consigna central del ERP [Ejército Revolucionario del Pueblo]). En realidad se trataba de algo muy sencillo. El hecho es que todo gobierno de un país capitalista relativamente débil (por más independiente que sea su estructura estatal) es necesariamente “conciliador”, “capitulador” y “entreguista” en todas aquellas cosas que convienen a sus propios intereses, sea como un medio de obtener concesiones de otro tipo de los gobiernos o empresas imperialistas, de resolver necesidades económicas de la burguesía, de consolidar relaciones de alianza y asociación subordinada con sus Estados o, simplemente, de embolsar jugosas “comisiones” por medio de personeros oficiantes en todo tipo de “negocios sucios”. Este tipo de acciones se halla en la esencia misma de todo gobierno de la burguesía, por más nacionalista que se le considere (llámese de Perón, de [Gamal Abdel] Nasser o de [Juan Francisco] Velasco Alvarado) y no afectan por sí mismas (consideradas aisladamente) a la estructura del Estado y su relación con el proceso de valorización y reproducción del capital a escala nacional (carácter del Estado como expresión directa de los intereses de las clases dominantes nacionales, y no como expresión de los Estados y burguesías imperialistas de otros países).

d) La significación del imperialismo británico en la Argentina contemporánea

Han quedado muy atrás los tiempos en que el mercado y los capitales británicos constituían los ejes dinamizadores de la economía argentina. Desde la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña ha ido perdiendo importancia para la economía nacional y en el presente sólo concentra el 8% del total de las inversiones privadas directas y el 3,5% del total del comercio exterior argentino, o sea: una participación cerca de diez veces menor que la que tuvo en sus épocas de mayor apogeo.

La importancia de Gran Bretaña es, sin embargo, un poco mayor que la que muestran las cifras señaladas, por el papel que juega la banca inglesa en la administración de la deuda pública (en la medida en que absorbe directamente algo así como el 15% de las obligaciones externas del país y participa en la mayoría de los créditos sindicados —junto a bancos de otras naciones—), y por la participación de la Royal Dutch Shell en el plan petrolero de la dictadura. En este último aspecto, debe resaltarse el rol muy importante de dicha empresa en la explotación de la cuenca marítima de Magallanes.

Lo expuesto puede sintetizarse señalando que Gran Bretaña cumple un papel relativamente marginal en la economía argentina, que es prescindible en lo fundamental, y que en sus aspectos esenciales (deuda, petróleo) fue sobredimensionado por la política irresponsable de la Junta Militar (si estaba preparando la ocupación de las Malvinas, ¿por qué otorgó a la Shell un papel central en el plan petrolero y aceleró el endeudamiento con la banca británica en los dos años previos a abril de 1982?). Algo parecido podemos decir del papel británico en el abastecimiento del ejército argentino (que es menos importante que el estadounidense, el francés y el alemán) y de las relaciones diplomáticas entre los gobiernos. Por todo ello, parece claro que el papel fundamental de Gran Bretaña en la Argentina proviene de su presencia en el Atlántico Sur y el consiguiente conflicto de soberanía con Argentina. Presencia que es asimismo marginal dentro de la política global de Gran Bretaña.

A pesar de lo expuesto, amplios sectores de la izquierda argentina continúan visualizando al imperialismo inglés como una potencia opresora del pueblo argentino, que comparte con el imperialismo norteamericano el papel central en la expoliación de los recursos nacionales y de las masas populares. […]

e) Conclusión final sobre la cuestión nacional argentina

[…] Argentina es un país capitalista políticamente independiente y nacionalmente integrado, que está inserto en el mercado mundial capitalista a partir de una economía semi-industrial dependiente en proceso de monopolización, estatización y militarización que está generando tendencias imperialistas secundarias. Por el conjunto de estas razones, consideramos a la Argentina como una potencia capitalista regional emergente, carente de cuestiones nacionales pendientes de carácter vital.

Esa definición del país sería incompleta si no le agregáramos otra conclusión fundamental. El proceso señalado de desarrollo y profundización del capitalismo ha ido aparejado con el desenvolvimiento de una profunda crisis social y política que tiende a destruir las bases mismas de conformación de la sociedad civil y la nacionalidad argentina, y se expresa en un proceso de decadencia y descomposición social y cultural que la burguesía monopolista argentina trata de resolver por la vía de la militarización de la sociedad civil y el terror de Estado.

La crisis que desgarra a la sociedad argentina no es el resultado de la dependencia del país con relación a las potencias imperialistas, sino de sus propias contradicciones de clase y de la imposibilidad del capitalismo como sistema de organización social para resolver dicha crisis sin recurrir a métodos terroristas. El papel del imperialismo en la economía argentina no puede entenderse sino a partir de la correcta comprensión del proceso básico expuesto, y como un factor coadyuvante (no determinante) del curso general de éste.

[…]

Algunos antecedentes histórico-geográficos

Las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur son tres archipiélagos ubicados en la prolongación sud-oriental del continente americano y la Cordillera de los Andes, en un arco que comienza a unos 500 kilómetros del litoral argentino (Malvinas) y termina a unos 2.000 del mismo (Sandwich), situado en los inhóspitos parajes que bordean las adyacencias del continente antártico. Como los archipiélagos no constituyen una misma unidad geográfica ni tienen la misma importancia económica y pasado histórico, efectuaremos una distinción entre ellos comenzando por el tratamiento del caso de las Malvinas.

Las Malvinas son de lejos las más importantes de la región, tanto por su tamaño (12.173 Km2) como por su significación económica (son aptas para la cría extensiva de ganado ovino, cuentan con importantes recursos pesqueros —en especial el “krill”— y se hallan ubicadas en una probablemente rica cuenta petrolera), sin perder de vista su ubicación, cercana a una de las rutas marítimas más importantes del mundo —la que comunica el océano Atlántico con el Pacífico—. Geográficamente son parte del continente americano en la medida en que se encuentran ubicadas en la plataforma continental argentina (zócalo subacuático de profundidades menores a los 200 metros, prolongación natural del continente). Se trata de un archipiélago compuesto de dos islas principales y varias otras menores, de suelos duros y rocosos, de clima extremadamente frío, azotadas por vientos huracanados y rodeadas de profundidades marinas al este y por rápidas y tempestuosas corrientes oceánicas al oeste.

Según surge de las crónicas históricas, parecen haber estado despobladas hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Por ese entonces ingleses, franceses y españoles comenzaron a disputárselas como asiento de sus expediciones pesqueras y llave del transporte interoceánico, estableciendo esporádicamente centros habitados. El Virreinato del Río de la Plata trata de hacer respetar los derechos de la Corona española, basados en la bula de Alejandro VI de 1493 y el Tratado de Tordesillas, logrando ciertos éxitos temporales en la ocupación efectiva del archipiélago. Una vez obtenida la independencia, el gobierno argentino reivindica para sí los antiguos derechos de España y, a pesar de su debilidad, procede a constituir en ese territorio una comandancia política y militar que hacia 1829 delega en el comerciante y pesquero hamburgués Luis Vernet. Tras nuevos incidentes militares en los que intervienen pesqueros norteamericanos, Gran Bretaña toma militarmente las islas en 1833, en un acto que bien puede considerarse de pillaje colonial. El gobierno argentino de entonces denunció la usurpación británica, y desde entonces comenzó la acción de los sucesivos gobiernos de Buenos Aires a fin de reclamar sus derechos en los foros internacionales.

En 1964, Argentina obtuvo de la ONU [Organización de las Naciones Unidas] una resolución parcial en su favor, confirmada en 1966 por la Asamblea General (Resolución 2065), que acordaba inscribir la situación de las Malvinas dentro de los marcos del proceso de descolonización[ii], invitando a los dos países en conflicto a iniciar negociaciones bilaterales a fin de resolver la cuestión de la soberanía, teniendo en cuenta los intereses de la “población” de las islas (debe considerarse que la resolución de la ONU no reconocía a los malvinenses o kelpers la calidad de “pueblo”, lo que hubiera supuesto la admisión del derecho de autodeterminación, sino el de simples habitantes de un territorio). Las negociaciones aconsejadas por la ONU comenzaron a celebrarse entre los dos países, mediante la celebración de una reunión anual de los dos gobiernos, sin que inicialmente se llegaran a acuerdos significativos. En 1975, el gobierno británico formó una comisión de expertos que debía proponer medidas para establecer una política oficial hacia las islas. Esa comisión presentó en 1976 el informe conocido como de Lord Shackleton, en el cual se reconocía la inviabilidad del desarrollo económico de las islas sin alguna vinculación con Argentina.

A partir de entonces se produjo cierta flexibilización de la postura de Gran Bretaña durante el gobierno conservador de [Edward] Heath, que acepta el establecimiento de redes de comunicación aérea y postal directas entre las islas y Argentina, lo que permite la apertura de diversas vías de vinculación de carácter comercial y social entre Puerto Stanley y Buenos Aires (ventas de petróleo argentino, viajes de salud y estudios, etc.). Durante los años iniciales del nuevo gobierno conservador ([Margaret] Thatcher), Gran Bretaña comienza a efectuar diversas proposiciones que implican el reconocimiento de hecho de la soberanía argentina. Pero las negociaciones caen en una vía muerta por una serie de causas hacia fines de 1981[iii], año en que existe una recomendación de [la Cámara de] los Comunes en favor de la independencia de las islas.

La decisión del gobierno Thatcher de mantener la ocupación de las Malvinas no puede explicarse por el valor económico de las islas, pobladas solamente por 1.800 habitantes y algo más de medio millón de ovejas, y que en veintidós años de existencia (1951 a 1973, conforme el informe de Lord Shackleton) pagó impuestos por 1,9 millones de libras, o sea unos 14.000 dólares por mes. Prueba del escaso interés británico en las islas es el trato brindado por Londres a los kelpers, a los que no reconoce nacionalidad británica (salvo en el caso de los nacidos en territorio metropolitano o a los hijos de éstos), o las ridículas sumas invertidas en interés de los isleños que (también conforme el informe citado y en los mismos años) alcanzó a la mínima cantidad de 80.000 dólares por mes (incluidos todos los gastos públicos pagados por Londres)[iv]. Por estas razones, y por los costos políticos del mantenimiento de una situación colonial que enfrentaba a Londres con Buenos Aires y el resto de las capitales latinoamericanas, la explicación del mantenimiento por Gran Bretaña exige la consideración de un conjunto de otros factores, comenzando por el de su importancia económico-estratégica potencial.

Con respecto a las islas Georgias y Sandwich del Sur se puede decir que son dos archipiélagos bastante más pequeños que el malvinense (4.132 km2), casi despoblados. Se hallan situados a más de 1.500 kilómetros de las costas argentinas y bastante afuera de la plataforma continental americana, aunque relacionados de alguna manera al continente en la medida que son parte de la prolongación submarina de la Cordillera de los Andes. Tienen una menor significación económica y se hallan cubiertos por el hielo la mayor parte del año, siendo asiento esporádico de expediciones científicas. De su historia, es muy poco lo que puede decirse.

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La Argentina y las islas Malvinas. Puntos de partida para un análisis marxista

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La distinta significación de la cuestión malvinense para el pueblo argentino y para sus opresores

La reivindicación del archipiélago tiene una distinta significación para el pueblo argentino y para la burguesía y el gobierno militar. Para el pueblo, significa objetivamente reintegrar al territorio nacional una región potencialmente muy rica en términos económicos, facilitar sus nexos con el territorio antártico y ampliar los márgenes de autodeterminación sobre sus riquezas y ámbito geográfico, impidiendo que las grandes potencias utilicen parcelas de su territorio y espacios adyacentes con objetivos militares y contrarrevolucionarios. Significa, además, alcanzar una meta largamente esperada, que le permita reparar un despojo injusto, recordado durante casi un siglo y medio y que ha llegado a identificarse con un aspecto sustancial del orgullo nacional argentino. Por esas razones, la reivindicación de las islas está inseparablemente vinculada al mejoramiento de sus condiciones de vida y derechos como pueblo, y no puede implicar el deterioro aún mayor de los mismos.

Para la burguesía argentina y las Fuerzas Armadas que todavía gobiernan en su nombre, la reivindicación tiene un significado bastante diferente. En primer lugar, se relaciona con la consolidación de un proyecto de desarrollo capitalista regional, de carácter antipopular y reaccionario, basado en el fortalecimiento militar del Estado y la contraposición de los intereses del país a los otros pueblos latinoamericanos. Conforme este proyecto, el pueblo argentino deberá trabajar más intensamente y sufrir aún mayores privaciones, a fin de volver posible el desarrollo de la “Argentina Potencia”. En segundo lugar, tiene que ver con la posibilidad de explotar, en su beneficio, los legítimos sentimientos populares, con el propósito de restablecer su base política de sustentación, hacer olvidar crímenes y “traiciones”, y arrastrar una vez más a los trabajadores y el pueblo tras proyectos y aventuras que van directamente contra sus intereses.

La existencia de estos dos significados se expresa en diferentes caracterizaciones de la cuestión malvinense. Para la burguesía, es un problema vital, en un momento en que necesita imperiosamente aferrarse a él para evitar dar respuesta a los requerimientos sociales más acuciantes del pueblo, a sus demandas de democratización sin condiciones de la vida política del país y de castigo a los crímenes de la dictadura. Por eso, tiene que convencer a las masas de que la cuestión de las Malvinas es la primera prioridad nacional. Un amplísimo sector de la izquierda argentina se suma oportunistamente a esta opción de la burguesía, tratando de encubrir su falta de principios en nombre de análisis completamente equivocados. Para estos sectores de la izquierda argentina, la ocupación británica de las islas constituye (en conjunción con la dependencia financiera y tecnológica del país) una situación colonial que conforma el principal obstáculo para el desarrollo y el progreso del pueblo argentino. Siendo el país una semicolonia (o una neocolonia, según el gusto), todo esfuerzo destinado a terminar con tal status es correcto, cualquiera que sea el costo para el pueblo e independientemente de las consecuencia políticas más amplias.

[…] Argentina no es una semicolonia británica —ni de ningún otro país imperalista— sino un país capitalista-monopolista de rasgos imperialistas regionales, en el cual el principal explotador y opresor del pueblo es su propia burguesía y sus propias fuerzas armadas […]. Ahora habría que agregar que la ocupación militar británica de las Malvinas no basta por sí misma para modificar la caracterización anterior, en la medida en que constituye un resabio del colonialismo inglés que no obstaculiza esencialmente el desarrollo de Argentina como país. O sea: el simple y evidente hecho de que el hambre, la desocupación, el miedo y la desesperanza que vive el pueblo argentino no tienen su causa fundamental en la burguesía, el gobierno y el ejército británicos sino en la burguesía, los gobiernos y el ejército argentinos en décadas de ofensiva contra su propia población.

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Las diversas posiciones frente a la guerra

Desde todo punto de vista, nos parece evidente que una política proletaria (incluso una nacionalista democrática honesta y consecuente) sólo podía oponerse tajantemente a la iniciativa militar; que no existía ni podía existir ninguna posibilidad objetiva de transformar esta guerra reaccionaria y expansionista en el comienzo de una movilización democrática y revolucionaria autónoma e independiente del movimiento de masas. Cualquier posición al respecto no pasaba de ser mero subjetivismo y, lo que es peor, significaba una capitulación de hecho ante la Junta.

Frente a una guerra de características como las que se han analizado, sólo cabían dos posiciones consecuentes: a) el rechazo a la misma y una labor de reorganización y recuperación en una perspectiva autónoma de la clase obrera y los trabajadores (por difícil que pudiera ser desarrollar tales tareas), defendiendo tenazmente las reivindicaciones fundamentales planteadas objetivamente al movimiento de masas y la continuidad de la movilización antidictatorial; b) el apoyo a la guerra, bajo los más diversos argumentos, incluso manteniendo las críticas a la Junta, pero colaborando en la práctica con la misma y con la realización de las perspectivas de la burguesía monopólico-financiera. Lamentablemente, no sólo los partidos burgueses cayeron en esta segunda alternativa[v].

En términos concretos, en la Argentina de abril-junio 1982 hubo tres posiciones fundamentales frente a la guerra. Dos de ellas fueron de apoyo a la misma —con diferentes argumentaciones y proponiendo nominalmente orientaciones disímiles—, y una posición —con matices— conformó la oposición a la aventura y la denuncia del costo de ésta para la clase obrera y el pueblo.

Estas posiciones pueden sintetizarse de la siguiente manera: a) apoyar la guerra tal como se daba, comprometiendo el sostén a la misma (Multipartidaria, CGT [Confederación General del Trabajo], PC [Partido Comunista] argentino, etc.); b) consideración de la guerra como “patriótica” e intento de transformación de sus métodos y objetivos reaccionarios en métodos y objetivos “revolucionarios” (Montoneros, PST [Partido Socialista de los Trabajadores] de Argentina, etc.); c) rechazo a la guerra, priorizando las reivindicaciones democráticas y obreras fundamentales en el país (Madres de Plaza de Mayo, FR 17 [Frente Revolucionario 17 de octubre], OCPO [Organización Comunista Poder Obrero], UTC, grupo Nuevo Curso, dirigentes clasistas, e incluso las posturas pacifistas de [Adolfo] Pérez Esquivel, sectores de la Confederación Socialista Argentina, grupos juveniles, etc.; a ellos deben sumarse amplias corrientes del exilio, que en Europa y América se pronunciaron contra la guerra). Veremos estas distintas posiciones con algún detalle.

a) El apoyo irrestricto a la guerra

En lo fundamental, todas las direcciones burguesas y de la burocracia sindical apoyaron la guerra. Deolindo Bittel (vicepresidente del Partido Justicialista y máxima autoridad práctica del mismo), expresó que “en torno a la relación entre militares y civiles, se produjo una tregua en aras de la dignidad nacional hasta que el país salga con bien”. Saúl Ubaldini, dirigente peronista de la CGT, manifestó: “como argentinos y trabajadores deseamos la paz, siempre teniendo como principio la defensa de nuestras islas en el Atlántico Sur. Al término del conflicto, la CGT continuará sus planes de oposición al gobierno militar”. En la misma entrevista, Ubaldini declinó pronunciarse sobre los detenidos-desaparecidos (precisamente el fundamental reclamo democrático en el país) diciendo: “continuar hablando, ahora, de ese tema, sería como sangrar algo que de por sí sangra, en momentos en que una flota inglesa se acerca al país”. Conclusión: es imposible proseguir con la lucha democrática; ésta debe postergarse en aras de la “unidad nacional”. Carlos Contín, presidente de la Unión Cívica Radical, expresó: “Este es el momento de deponer cuestiones domésticas para galvanizar la unión de los argentinos”. Antonio Tróccoli, del mismo partido, manifestó: “Por ahora hemos suspendido la acción opositora para ayudar a recomponer el frente interno”. Oscar Alende, desde hace años autopropuesto como presunto líder de la “izquierda burguesa”, reconoció que “es cierto que existe una unidad nacional en torno a las Fuerzas Armadas. Han interpretado el sentimiento y el pensamiento nacional. Merecen nuestro pleno apoyo”. Finalmente, como último ejemplo, Guillermo Estévez Boero, dirigente del Partido Socialista Popular —organización de carácter socialdemócrata— declaró que “es incuestionable que para la defensa de la soberanía cualquier momento es propicio y, en esa situación, no es válido evaluar la naturaleza y cualidades del gobierno, porque la voluntad nacional es unánime en cuanto a la recuperación de las islas”[vi].

Caso especial, aunque más no sea por su nombre, corresponde al Partido Comunista Argentino [PCA], que no solamente apoyó la iniciativa militar sino que además comprometió expresamente el apoyo particular de la Unión Soviética y el campo socialista[vii].

Más importante que las palabras, valen en política los hechos. Y el hecho decisivo es que el conjunto de estas fuerzas comprometió activamente su apoyo a la guerra. Se suspendió toda movilización antidictatorial (la Multipartidaria y la CGT “postergaron” sus planes de lucha); se enviaron dirigentes políticos y sindicales al exterior a defender y lograr apoyos para la “reivindicación”; asistieron —en las propias islas Malvinas— a la jura del general [Mario Benjamín] Menéndez como gobernador de las mismas nada menos que Bittel, Contín, Ubaldini, el nacionalista trotskizante Jorge Abelardo Ramos, junto a personas tan notables como [Jorge Rafael] Videla y los generales de la masacre contra el pueblo, en un acto de demostración de pleno apoyo político. Uno de los dirigentes que viajó al exterior, Leónidas Saadi, líder de la “Intransigencia Peronista” —nucleamiento populista “avanzado” en el cual muchos aún depositan confianza— declaró: “Los argentinos hemos hecho a un lado el problema de la situación interna ante este otro más grave”.

En conjunto, las direcciones de las fuerzas políticas burguesas y pequeñoburguesas, acompañadas por la burocracia sindical, se pronunciaron a favor de la guerra de la dictadura, apoyándola en la práctica. Una verdadera ironía es que los militares aprovecharon la oportunidad para dividir incluso a esa burocracia sindical oportunista, desgajándole un ala aún más adicta ([Jorge] Triacca, [Fernando] Donaires, etc.), reconocida “legalmente” como CGT[viii].

b) De la guerra “patriótica” a la guerra “revolucionaria”

Una serie de fuerzas que se diferencian de la cúpula de los partidos y de la CGT, incluso corrientes que se proclaman del marxismo revolucionario (caso de las organizaciones trotskistas PST y Política Obrera), capitularon lamentablemente ante los vahos nacionalistas, apoyando activamente la guerra revolucionaria.

Entrampados en la vacuidad ideológica de aplicar escolásticamente categorías como “colonia” o “semicolonia” que les impiden comprender la dinámica de países del tipo de Argentina, o directamente atados a una política vacilante y oportunista frente a la burguesía nacional, pretendieron transformar esta guerra en una gesta “antiimperialista” .

En el caso de Montoneros, debemos reconocer la indudable consecuencia entre sus análisis y proposiciones prácticas. En México llevaron su caracterización de la guerra como “anticolonial” al extremo de cantar a coro con el cónsul argentino —representante de la dictadura— el himno nacional. Indiscutiblemente, ello testimonia su pleno apoyo a la iniciativa militar, independientemente de que en otros ámbitos mantuvieran la crítica a la Junta.

Su posición partía de que era una guerra justa, pero que la dictadura no era capaz de librarla eficazmente. Para superar este aspecto proponían una profunda movilización democrática, e incluso revolucionaria… para mejor hacer la guerra “contra el imperialismo”. Llevaron sus posturas hasta la última conclusión práctica:  la ignominia de ofrecer a los presos políticos —presos de la dictadura— como combatientes en las Malvinas[ix].

Pero las propuestas de Montoneros frente al conflicto no asombran, ya que son continuidad natural de su actitud ante el anterior conflicto con Chile (ocasión en la cual dispuso que sus “columnas” defendieran palmo a palmo el territorio nacional, suspendiendo todo enfrentamiento con las Fuerzas Armadas).

En el caso de las corrientes trotskistas, bien podríamos recordar la frase de Marx (en El 18 Brumario…) acerca del peso de la inerte tradición (“muerta”) sobre los vivos. Aferrados a viejos dogmas de Trotsky alrededor del carácter semicolonial de nuestros países, no pudieron comprender los nuevos hechos[x].

Por diferentes razones políticas, sociales e ideológicas estas y otras corrientes coincidieron en los hechos en los aspectos más generales de sus propuestas:  a) apoyar la guerra como “justa”; b) criticar a la Junta; c) desarrollar la guerra con otros métodos, e incluso con otro gobierno (uno “plebiscitario, a partir de la Multipartidaria convertida en multisectorial”, de acuerdo a Montoneros; otro “obrero y popular” como garantía última de un gobierno provisional, elecciones inmediatas y constitución de una Asamblea Constituyente, según el PST argentino).

Como estas últimas proposiciones eran objetivamente simples fantasías —ya que la Multipartidaria de ningún modo estaba interesada en desplazar a la dictadura sino en llegar a un acuerdo con la misma, y lamentablemente el movimiento obrero y popular no podía imponer una correlación de fuerzas favorable—, todas estas corrientes terminaron en los hechos, simple y llanamente, apoyando la guerra sin más, ya que el resto de sus posiciones se mostró como declamación vacía.

c) El rechazo a la guerra

El máximo ejemplo de dignidad cívica y política, de intransigencia en la lucha antidictatorial y por los reclamos democráticos profundos, lo dieron las heroicas y abnegadas Madres de Plaza de Mayo. Olvidadas por los partidos, por la burocracia sindical, por la Iglesia, incluso marginadas por los antiguos compañeros de sus hijos desaparecidos, sufriendo el hostigamiento de las corrientes patrioteras alimentadas por la guerra de la Junta[xi], ellas dieron una firme respuesta.

En primer lugar, fueron el único sector de la sociedad que mantuvo, contra toda presión, su movilización permanente. Podían alternarse las negociaciones o las bombas entre los bandos en conflicto: en ambas situaciones ellas continuaron manifestándose, como todos los jueves desde hace más de cinco años.

Pero si ya ello era difícil en las condiciones que se vivían, los dos pronunciamientos públicos de las Madres tienen la misma impronta de absoluta consecuencia en la lucha antidictatorial. El primero, en pleno fervor chauvinista, simplemente decía: “Las Malvinas son argentinas, los derechos humanos también”, modo de expresar “esta guerra no nos puede hacer olvidar lo que ha ocurrido en el país”. El segundo, cuando los dirigentes políticos y sindicales estaban en febriles negociaciones con la Junta, expresaba: “La justicia no se negocia”. Pocas, pero contundentes palabras. Con ello, las Madres rescataron lo esencial, frente a tantos que con mucha mayor experiencia de lucha aceptaban el abrazo de la Junta, dentro y fuera del país.

Otros sectores que repudiaron la guerra fueron el Frente Revolucionario 17 de Octubre (“La guerra de las Malvinas es continuidad de la guerra sucia, y la paz de la posguerra será la paz de los sepulcros”, Buenos Aires, 18 de mayo), la Unión de Trabajadores Clasistas (derivada de la experiencia de la CGT – Clasista y Antiimperialista de Salta), la Organización Comunista Poder Obrero, el grupo Nuevo Curso, dirigentes clasistas de relevante importancia como Alberto Piccinini, sectores de la Confederación Socialista Argentina, el Premio Nobel de la Paz Pérez Esquivel y todas las corrientes pacifistas y humanistas que se ven representadas en él. En el exterior, tuvieron el mismo sentido los pronunciamientos de TYSAE – Grupo México y otros TYSAE [Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio] (Roma, París, Estocolmo, etc.), de la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU), de COSOFAM – México [Comisión de Solidaridad con Familiares de Desaparecidos en Argentina] que continuó levantando el problema de los presos y desaparecidos durante todo el curso del conflicto, y de centenares de militantes exiliados que se expresaron mediante desplegados colectivos en México y España.

Pero, ¿cuál fue la posición del movimiento de masas durante el conflicto? Concentraremos la atención en los que nos parecen los hechos más sintomáticos: la manifestación del 10 de abril, lo ocurrido durante la visita del Papa, los enfrentamientos callejeros que aceleraron la caída de Galtieri.

El 10 de abril, una importante manifestación evaluada por los periódicos en 300.000 personas, parecía apoyar decididamente la aventura malvinense. Pero señalemos varios aspectos: en primer lugar, su composición social fue escasamente obrera. Las pequeñas columnas de aproximadamente 5.000 trabajadores —que convocados por la CGT habían intentado manifestarse en días anteriores y que mostraban un estado de ánimo contradictorio y confuso— fueron reprimidas violentamente. El 10 de abril llegaron pocos obreros a la Plaza; además, un sector ponderable de los presentes no fue tanto a manifestar su apoyo a la recuperación como su repudio a la dictadura. En síntesis: pocos obreros, y no todos los que concurrieron mostraban un profundo entusiasmo por los gritos de “Viva la Patria”.

Esta manifestación sólo fue continuada “oficialmente” por otra —de entre 5.000 y 10.000 personas— el 10 de junio, también llamada por la Junta. La enorme diferencia de gente entre ambas señala un claro descenso del espíritu nacionalista, y contradictoriamente el comienzo de toma de conciencia de los riesgos y costos de la guerra.

Por el contrario, la visita del Papa congregó el 12 de junio —en una misa a cielo abierto— a dos millones de personas, indudablemente una amplísima multitud compuesta por todos los sectores sociales. La exclamación fue unánime: “Queremos la paz”. Paz no solamente con Inglaterra, también en lo interno, con todo lo que ello significa de reclamo antidictatorial.

Finalmente, el 15 de junio, fueron los desilusionados, los frustrados por el fracaso, los que en un principio concurrieron. Pero aun ellos, al enfrentarse a la represión, plantearon reclamos explosivos que apuntaban al juzgamiento de los responsables de la aventura, de las muertes y el sufrimiento (los gritos de “Galtieri carnicero, usaste a los muchachos como carne de puchero” son expresivos al respecto).

Dentro de este panorama contradictorio contrastó el evidente silencio de la clase obrera en su conjunto. Durante los más de dos meses que duró el conflicto no se pudo contabilizar una sola manifestación masiva propiamente proletaria, una sola declaración emanada de las mismas bases que apoyara plenamente la guerra. Los trabajadores se replegaron una vez más en lo profundo de las fábricas, sin participar orgánicamente en la ola patriotera.

Es claro que el proceso de reorganización y reactivación, que había evidenciado con tanta claridad el 30 de marzo, fue desplazado del primer lugar de la escena nacional. Ello no implica que se interrumpiera. Por el contrario: no solamente la conmoción producida por la guerra (y por la derrota) indudablemente lo estimula, pese a la cautela con que se manifiesta; y —desde su primera trinchera de lucha, la fábrica— los trabajadores observan detenidamente a los dirigentes en sus argumentaciones y piruetas, van clarificando quién es quién y, junto a ello, las alternativas y posibilidades de lucha por sus propias reivindicaciones.




Notas:

[i] Si bien hemos señalado que el libro fue escrito en 1982, por las dudas remarcamos: por “siglo pasado” debe entenderse “siglo XIX”. [Nota de Rossoinero]

[ii] La resolución 2065 de las Naciones Unidas no constituye un reconocimiento de los derechos argentinos, como ha tendido a señalar la opinión pública del país. Sí ofrece, de hecho, un cuestionamiento de los derechos británicos al encuadrar la resolución referida en el marco de otra más general, la 1514 (XV), que reconoce como principios básicos la libre determinación de los pueblos y la integridad territorial. En base al primer principio, unido al punto de la resolución 2065 que se refiere al respeto de los derechos de los pobladores, es que un sector de la opinión pública inglesa postula el otorgamiento de la independencia a los isleños. En base al segundo principio, es que puede fundamentarse alguna suerte de reconocimiento implícito al derecho argentino por parte de la comunidad internacional. De todas maneras, resulta evidente que Argentina tenía por delante un amplio camino diplomático a recorrer para fortalecer el apoyo internacional a su reclamación, tal como lograr un pronunciamiento más preciso de la ONU, el respaldo explícito y previo de la OEA y los No Alineados [Movimiento de Países No Alineados], etc.

[iii] La postura categórica del gobierno Thatcher de negar todo derecho a la reclamación argentina no fue —en modo alguno— la posición principal de los sucesivos gobiernos ingleses desde el comienzo de las negociaciones bilaterales en la segunda mitad de la década del sesenta. Todos ellos tendieron a aceptar de hecho la existencia de bases para la reclamación, así como también la inviabilidad del mantenimiento de las islas por Gran Bretaña sin algún acuerdo con la Argentina. En esta perspectiva se ubica el conocido Informe Shackleton de 1976, y la apertura de la postura británica durante el gobierno Heath. El primer canciller del gobierno Thatcher, Mr. [Nicholas] Ridley, impulsó una política de búsqueda de algún tipo de acuerdo con el gobierno argentino, concluyendo en la formulación de una propuesta que implicaba alguna de las siguientes tres opciones: la conocida como “solución Hong Kong” (reconocimiento de la soberanía argentina y celebración de un contrato de arrendamiento y administración de las islas por largos años), el condominio, o el congelamiento de la discusión sobre el status de las islas por un determinado período de tiempo. Sobre esta base, el gobierno inglés procedió a consultar a los isleños (kelpers), quienes manifestaron una opinión dividida, ya que entre un tercio y la mitad de los consultados (según parece, los más jóvenes y “cosmopolitas”) se pronunciaron por alguna de las variantes del acuerdo con Argentina. Los primeros representantes de los pobladores parecen haber compartido esta posición, y haber acompañado a Mr. Ridley a la reunión anual de 1981 celebrada en Nueva York, en la que Carlos Cavadoli representó a la Argentina. La oferta británica de solución tipo Hong Kong parece haber sido recibida inicialmente con simpatía por la Junta Militar (que sólo rechazó con energía las otras dos propuestas), pero las discusiones sobre la cuestión concluyeron abruptamente cuando, a fines de 1981, se produjeron dos hechos del lado británico que modificaron los términos de las conversaciones. El reemplazo de Mr. Ridley por un canciller menos dúctil (Mr. Luce) —en lo que parece haber sido un triunfo personal de la primer ministro— y el desplazamiento de los dos representantes de los isleños de postura conciliadora por otros partidarios de una línea dura antiargentina (ver al respecto The Economist, 19-VI-82).

[iv] Si tenemos en cuenta que Gran Bretaña sólo gastó en las islas en el período mencionado 0,9 millones de libras, o sea unas 40.000 libras por año (algo así como 4 millones de pesos mexicanos), la guerra por la recuperación de las Malvinas le costó cerca de mil veces más que lo que recaudó en 22 años y aproximadamente dos mil veces más de lo que invirtió en ese periódo (el gasto militar británico se estima entre 1.600 y 2.000 millones de libras esterlinas: ver The Economist, 19-VI-82).

[v] Interesa responder a un argumento que ha sido utilizado —respecto de la guerra de las Malvinas— no sólo por corrientes de la izquierda argentina sino también latinoamericana. Tal argumento consiste, en esencia, en que, dado el alcance que tuvo la movilización de apoyo a la recuperación, no se podía “hacer política” pronunciándose contra la misma. Además de que discrepamos sobre la evaluación del apoyo activo por parte de las masas a la iniciativa militar, nos parece que corresponde aclarar una cuestión: si por “hacer política” se entiende la pretensión de incidir en el movimiento de un modo meramente táctico y oportunista, incluso a costa de aceptar y  validar (en todo o en parte) los argumentos y las maniobras del enemigo de clase, estamos en total desacuerdo con tal concepción. Es indudable que en abril podía ser sumamente difícil implementar una política que denunciara el patrioterismo. Pero ella era la única posibilidad de contribuir, en un plazo temporal que no involucrase simplemente lo táctico, a la auto-educación del movimiento de masas, a que éste comenzara a identificar con claridad sus enemigos reales y sus aliados verdaderos, desarrollándose en una perspectiva autónoma. Probablemente una política de tal orientación tuviera poca incidencia en lo inmediato, pero era la única perspectiva de avanzar hacia una superación de la ideología burguesa por parte del movimiento de masas.

[vi] Todas las citas están tomadas de los principales periódicos argentinos (en particular La Nación y Clarín). Corresponde señalar que este alineamiento en apoyo a la guerra no se realizó sin ciertas contradicciones, y que tampoco fue tan unánime como pareciera. En lo que respecta a la burocracia sindical, en un principio Ubaldini y Ricardo Pérez (del gremio de camioneros) se opusieron a manifestar en apoyo a la iniciativa militar. El último llegó a expresar que si lo hacían “regalaremos todo lo que ganamos el 30” (alusión a la movilización del 30 de marzo). Finalmente, Lorenzo Miguel parece haber sido quien impuso el criterio de apoyar prácticamente sin reticencias la iniciativa de la Junta. Señalemos también la existencia de voces de disentimiento que, o bien tomaron distancia de la aventura militar, o mantuvieron una actitud crítica ante los apoyos concretos que se gestionaban mediante el viaje de dirigentes políticos y sindicales al exterior. En el primer caso mencionamos a [Vicente] Solano Lima (vicepresidente electo en 1973, acompañando la candidatura de Héctor Cámpora), viejo político de origen conservador en tránsito hacia el populismo; en el segundo a Juan José Taccone, dirigente del Sindicato de Luz y Fuerza, quien declinó viajar a Europa porque, dijo, “la memoria me recuerda los seis largos años que hemos vivido de represión política y gremial”, y en consecuencia fue acusado de ser “el único dirigente que antepuso los intereses sectoriales a los de la Patria”.

[vii] La posición del PCA con respecto al conflicto es especialmente ejemplificadora de la permanente búsqueda de una “contradicción externa” para explicar el curso de la vida nacional, dejando de lado el propio curso de las contradicciones de clase al interior del país y justamente como modo de encubrir las mismas. Así, en el documento Malvinas, batalla por una nueva Argentina (junio de 1982), Athos Fava, actual secretario general del PCA, expresa: “existe una contradicción objetiva básica entre Argentina y los EEUU, la que se manifiesta inexorablemente cualquiera sea el tipo de gobierno que exista en un momento dado”. Partiendo de allí, es lógico entonces que —más allá de sus objetivos y política real— el gobierno de la Junta Militar expresara dicha “contradicción” mediante el comercio con la URSS y, en lo específico, en el conflicto por las Malvinas. De ahí que el PCA considerara no solamente legítimo solidarizarse con la “recuperación” sino también con las Fuerzas Armadas que la estaban protagonizando: “Vaya en esta ocasión la plena solidaridad y el reconocimiento del PC hacia esos hermanos nuestros, soldados, suboficiales y oficiales que luchan y caen heroicamente en las Malvinas” (Athos Fava, documento citado). Desde un punto de vista material e ideológico aún más a la derecha que el de otras fuerzas, el PCA, con esto, expresaba —por un lado— su tradicional subordinación a la política exterior, comercial y diplomática de la URSS, pero más importante que ello —desde el ángulo que nos ocupa— es que también daba cuerpo extremo a la igualmente tradicional caracterización de nuestros países como “dependientes políticamente” y por consiguiente enfrentados como nación al imperialismo. Y la “unidad nacional” en aras de tal concepción se plasmó en actos de los que hay numerosos ejemplos, como el siguiente: “La coordinadora de instituciones de Flores Sur y Parque Avellaneda organizó un festival, al que concurrieron 3.000 personas. Actuó la banda de la Policía Federal, y un oficial del Ejército denunció desde la tribuna la agresión anglo-yanqui” (Qué pasa, órgano oficial del PCA). Evidentemente, todo esto conduce a subordinar el movimiento obrero y popular incluso a regímenes tan reaccionarios como el de [Leopoldo Fortunato] Galtieri y la Junta Militar. Es claro que una concepción de este tipo —compartida en su núcleo central por toda la izquierda “dependentista”— no puede sino confundir a la clase obrera y al pueblo acerca de quiénes son sus enemigos.

[viii] La división se produjo a mediados de mayo, y tuvo como pretexto la composición de la delegación gremial que se enviaría a la reunión anual de la OIT [Organización Internacional del Trabajo]. Lo cierto es que se concretó en un plenario de dirigentes sindicales convocado por el Ministerio de Trabajo, y que de inmediato los mismos fueron reconocidos como CGT “legal” por la dictadura, que incluso les hizo entrega del tradicional local de la calle Azopardo, ocupado por los militares desde el golpe de 1976.

[ix] “La recuperación de las Islas Malvinas es una causa justa para la totalidad de la Nación Argentina, independientemente de quién la haya protagonizado en primera instancia e independientemente de las intenciones que los hubiera animado… El hecho concreto de hoy, no importa las causas ni su origen, es que la bandera argentina flamea en las Islas Malvinas… No necesitamos poner condición a nadie para empuñar patrióticamente las armas y movilizar al pueblo contra una invasión inglesa” (Montoneros, 9 de abril); “… es imprescindible poner en vigencia el principio peronista de la nación en armas… Reemplazar urgentemente al gobierno vendepatria…. con la autoconstitución de un gobierno provisional que se legitime con una convocatoria plebiscitaria a Plaza de Mayo… esto sería posible a través de la Comisión Multipartidaria ampliada como multisectorial… enviar a las Malvinas y a los territorios continentales amenazados milicias populares construidas por voluntarios. Con ese objetivo, debe disponerse la inmediata libertad de los detenidos políticos y el libre retorno de los exiliados. Los militantes y combatientes populares han dado sobradas pruebas de que son capaces de combatir efectivamente hasta la última gota de sangre…” (Montoneros, 28 de abril). En el exterior, la acción más espectacular producto de estas posiciones fue la partida de un avión que debía transportar 50 combatientes, de los cuales finalmente viajaron sólo cinco, acompañados de dirigentes de varios partidos latinoamericanos, especialmente miembros o simpatizantes de la Internacional Socialista. Estos partidos, embarcados en el apoyo a la “patria argentina”, enviaron un grupo de 70 jóvenes socialdemócratas a Buenos Aires a testimoniar el respaldo de la “juventud latinoamericana”. La socialdemocracia de nuestro continente respaldó así también la guerra de la dictadura, tal como la socialdemocracia europea (léase [François] Miterrand, etc.) apoyó al gobierno derechista inglés.

[x] “Inglaterra es un país imperialista. Argentina es un país semicolonial. En cualquier enfrentamiento entre un país imperialista y uno semicolonial, los trabajadores combatimos siempre del lado del país colonizado… (documento del PST-A [Partido Socialista de los Trabajadores de Argentina], citado por un miembro de este partido, Unomásuno, 29 de junio). Luego de enumerar el programa reivindicativo propuesto por la organización, agrega: “… los trabajadores socialistas sostenemos que la única garantía para aplicar consecuentemente este programa democrático y antiimperialista es la constitución de un gobierno obrero y popular… Llamamos a la vez a la más amplia unidad de acción con todas las fuerzas que… estén dispuestas a movilizar a los trabajadores y al pueblo contra la amenaza de agresión imperialista, sin dar por esto ningún apoyo al gobierno militar…”. El PST-A fue acompañado en estas posiciones por otro grupo trotskista, Política Obrera, y por el Secretariado Unificado de la IV Internacional. Debemos señalar que otros compañeros que tienen su origen en la misma corriente de pensamiento no solamente se opusieron a la guerra sino que desarrollaron (en la medida de sus posibilidades) tareas prácticas contra la misma y por una alternativa proletaria. Destacadamente Adolfo Gilly, cuyas posiciones fueron clarificándose al compás del avance del conflicto, y junto con él un grupo de marxistas revolucionarios integrado por destacados y experimentados militantes de la izquierda argentina: el sector que firmó un documento llamado Las Malvinas: ¿conflicto de liberación nacional o de estabilización dictatorial? (México, 11 de abril); y al interior de Argentina el grupo Nuevo Curso.

[xi] Ejemplo de ello fueron no solamente las agresiones físicas que debieron soportar, sino también panfletos como el siguiente: “Todos juntos menos las madrecitas. Ellas que dicen que les ‘desaparecieron’ a los hijos, ahora desean que los ingleses revienten a los hijos de los demás, por el solo hecho de estar defendiendo las Malvinas”.

Un comentario sobre “Malvinas: a 40 años de una disputa militar interburguesa (primera entrega)

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